Es muy probable que la depilación sea el ritual de belleza más antiguo del que tenemos noticia. Aunque los métodos para eliminar el vello de más han ido evolucionando, lo que permanece intacto es la voluntad de acabar con él, ya sea por razones estéticas o por cuestiones más pragmáticas. Para que puedas conocerlas, en Grupostop te invitamos a viajar por la historia de la depilación. ¿Nos acompañas?

La depilación en la Prehistoria

Además de dedicarse a la caza y la recolección, nuestros antepasados más lejanos también se deshacían del vello corporal. Así lo demuestran algunos hallazgos realizados en cuevas prehistóricas, donde han podido recuperarse piedras afiladas y conchas marinas que servían para afeitarse el cabello y la barba. Esta práctica no tenía nada que ver con la coquetería, sino con una mera cuestión de supervivencia: al carecer de pelo, era más difícil que los adversarios pudieran atrapar o agarrar a aquellos hombres en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo.

La depilación en la Antigüedad

Pocas culturas han dado tanta importancia al aspecto físico como el antiguo Egipto. Consideraban que la belleza era un regalo de los dioses, por lo que resultaba obligado prestarle la máxima atención. De ahí que el maquillaje no solo fuese cosa de mujeres, sino que también lo empleaban los hombres (además, pintarse el rostro era una manera de proteger la piel del intenso sol del desierto).

Tanto el cabello como el vello corporal estaban reñidos con sus cánones estéticos, ya que los consideraban propios de gentes incivilizadas. Así las cosas, los egipcios de ambos sexos emplearon diversas estrategias para desembarazarse de ellos. Entre los sistemas más socorridos, destacan el uso de pinzas hechas con conchas, la piedra pómez y una crema depilatoria a base de cera de abejas, limón, aceite, azúcar y miel. Esta fórmula convivía con otros ingredientes que ahora nos horrorizarían, como la grasa de hipopótamo o la sangre de animales.

Los griegos, quienes conquistaron Egipto en el siglo IV a.C., compartían con este pueblo norteafricano sus preferencias por los cuerpos bien depilados, para realzar así su ideal de belleza, inocencia y juventud. Como los egipcios, echaban mano de la piedra pómez y cremas elaboradas con sangre de animales, ceniza, resina y minerales. En ocasiones, también quemaban el vello con velas.

En la época imperial, los romanos heredaron esta preocupación por verse libres de pelo. Muchas jóvenes empezaban a depilarse el pubis  en la adolescencia. Además, en el caso de las féminas, la ausencia de pelo en el cuerpo era sinónimo de poseer un alto estatus social, por lo que no dudaban en prescindir de él. Utilizaban navajas, pinzas (volsella), ceras de resina, cremas hechas con vísceras y sangre de animales y piedras abrasivas. La depilación estaba tan extendida que incluso las termas femeninas contaban con un espacio específico para ello.

Cuando esto ocurre, una de las causas es, precisamente, la disminución de la producción de colágeno debido a la edad. De media, y a partir de los 30 años, este proceso se ve reduciendo en torno al 1% anual, lo que ocasiona una pérdida progresiva de elasticidad y firmeza. Este sería un factor endógeno, pero hay otros de tipo externo, como las exposiciones prolongadas al sol, que también afectan negativamente a la síntesis del colágeno.

Hay diversos síntomas que alertan de la progresiva reducción de esta proteína, como la aparición de arrugas o la pérdida de firmeza. En los hombres, esto se manifiesta especialmente en el tercio medio de la cara, que comprende el surco nasogeniano y las mejillas. Esto va acompañado de una menor definición en el contorno del rostro, así como de los primeros surcos faciales.

No obstante, más allá de variables como la edad, el sol o la genética, existen varios mecanismos internos, tanto celulares como moleculares, que pueden provocar la reducción del colágeno. Se detallan a continuación.

  • La disminución de la actividad de las células que producen esta proteína.
  • La reducción de enzimas que evitan el endurecimiento y la ruptura de las fibras que forman el colágeno.
  • La activación, ya sea por la edad o por la exposición a las radiaciones UV, de enzimas que degradan esta proteína.

La depilación en la Edad Media, el Renacimiento y la Edad Moderna

El cristianismo convirtió la desnudez en un tabú durante el medievo, pero esto no impidió que las mujeres siguieran depilándose, hasta el punto de que algunos castillos disponían de una habitación destinada a esta tarea.

La depilación facial se popularizó en el Renacimiento de la mano de Isabel I de Inglaterra (1533-1603). La moda instaurada por esta reina consistía en suprimir las cejas y el cabello, con lo que se lograba que la frente pareciese más ancha. Las ceras depilatorias del momento se elaboraban con aceite de nuez o vendas empapadas en sustancias de origen animal y vinagre. Ahora bien: había otras preparaciones de alto riesgo: un libro de 1532 —anterior, por lo tanto, al nacimiento de Isabel I— incluía la fórmula para preparar y aplicar una crema depilatoria a base de arsénico y cal viva. A modo de advertencia, instaba a quienes la usaban a lavarse inmediatamente la piel cuando notasen calor, con el fin de evitar que “se caiga la carne” (algo hemos mejorado, ¿verdad?).

Dos siglos después, el barbero francés Jean-Jacques Perret creó en 1760 la primera navaja de afeitar masculina utilizada por mujeres. En cualquier caso, ni las norteamericanas ni las europeas del siglo XVIII parecerían inquietarse demasiado por el vello corporal. Eso sí: este escenario estaba a punto de cambiar.

La depilación en el siglo XIX y XX

Los siglos que siguieron a la Revolución Francesa fueron testigos de numerosos avances en el ámbito de la depilación. En 1844, el doctor Gouraud lanzó una de las primeras cremas depilatorias modernas, a la que bautizó como Poudre Subtile.

A su vez, al empresario estadounidense King Camp Gillette, diseñó la primera maquinilla para hombres en 1880, pero aún habría que esperar hasta 1915 para que esta compañía comercializara un producto similar para las mujeres. Un artículo que se había convertido en una necesidad de primer orden, ya que las estadounidenses blancas de clase media y alta suspiraban por unos brazos, piernas y axilas sin vello. No es de extrañar, pues, que los primeros anuncios de cremas depilatorias correspondan a la primera década del siglo XX.

Por otro lado, la aparición de los vestidos cortos en los años veinte también haría que cada vez más mujeres decidiesen afeitarse o depilarse las piernas.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo escasear el nailon, con el que se producían las medias, por lo que a las féminas no les quedó otro remedio que lucir las piernas desnudas, lo que contribuyó a fomentar la depilación en esta zona. Pronto encontrarían un aliado impagable: en 1940, y alentada por el éxito obtenido en su versión masculina, Remington sacó al mercado la primera maquinilla eléctrica para mujeres. Esto ayudó a que la depilación se convirtiese en algo habitual en la década siguiente. Dado que las cremas aún irritaban mucho la piel, solían priorizarse los métodos de corte para el cuerpo, reservando la pinzas para las cejas.

Ya en los años sesenta, aparecieron las primeras bandas de cera y creció el número de féminas que optaban por depilarse las ingles, debido sobre todo a la popularización de los trajes de baño y los bikinis. Esta década se inició con otra novedad importante: el 1960, Harold Maiman desarrolló y patentó el láser de rubí, el primero en utilizarse en tratamientos dermatológicos (no se usaría en depilación hasta 1994). Un dato significativo: en 1964, el 98% de las estadounidenses aseguraba depilarse las piernas con regularidad. Ni el movimiento hippie, contrario a esta opción, logró frenar esta tendencia.

Los años setenta y los ochenta sirvieron para que la depilación se generalizase todavía más, incluso entre el público masculino. En este contexto, y en 1987, un centro de estética estadounidense decidió ofertar un tratamiento de depilación integral por primera vez. Esto fue el preámbulo de un boom que traería consigo un extenso abanico de opciones para personas de los dos sexos, que aún hoy sigue ampliándose.

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